LUCÍA LA NIÑA QUE AL CABALLERO NO CONOCÍA


Una mañana de Mayo, un caballero con armadura de barro, se dispuso a seguir el rastro de una antigua historia, que parecía no tener fin.
Caminó ladera arriba y se agotó. Caminó hacia abajo y se hirió. Caminó serpenteando y de tantas vueltas que dio. Acabó no caminando.
Para entonces ya era verano y en esas fechas quemaba el Sol. El barro de la armadura se fue secando, tanto que se resquebrajó.
Mientras el barro que lo protegía se desmoronaba pedazo a pedazo, el sollozo de una triste niña, fue lo único que el presunto caballero de barro, oía.
Miró a su alrededor y no vio nada. Se tapó sus oídos para huir de aquel insistente llanto  y sin comprender cómo podía ser, el sollozo era cada vez más alto y claro.
Estaba asustado. No sabía qué hacer. El sollozo lo martirizaba. Parecía que aquel llanto nunca tendría fin.
Enfadado gritó a la niña:

- Muéstrate, no te escondas, deja de hacerme padecer. Deja de torturarme. Cállate de una vez.

Dicho lo cual, el sollozo cesó.
El caballero, chorreando pedazos ancestrales de barro, se sintió orgulloso. Había conseguido acallar el lloro de aquella pesada niña.
Sintiéndose vencedor, se dispuso a caminar de nuevo. Al caerle más barro, advirtió que debajo se comenzaba a descubrir al gran caballero que anidaba en él. Se sintió orgulloso de sí. Decidió que todos tenían que admirar a aquel valiente señor, ese que despuntaba, aunque de elegante no tuviera nada.

Un buen día, ocurrió algo…
Por esas fechas el invierno ya había llegado. El latente frío invitaba a buscar cobijo. Buscó y buscó y por más que buscó, nada encontró. Ni cobijo, ni familia que de él se apiadara. Buscó tanto que de tanto que buscó, se perdió.
Solo, en la fría aventura invernal, caminó hacia un lejano altozano. Apartado de todo y de todos se dispuso a cavilar.
Caviló y caviló. Caviló con el pensamiento puesto en encontrar una explicación. Caviló sintiendo que nada de lo que venía de sus pensamientos, le aportaba comprensión. Caviló tanto que de tanto que caviló, por fin se durmió.
En plena ensoñación, por vez primera soñó. En ese sueño, una dulce niña apareció. Se la encontró sollozando, entonces, recordó algo.

- Otra vez la pesada de la niña llorando!!! – exclamó muy enfadado.

La pequeña tenía los ojos cerrados, no podía ver el Sol. Era como si estuviera ciega, o al menos eso fue lo que el caballero creyó.
Se acercó con dificultad a la pequeña y sintió que quizás pudiera hacer algo por ella.

- Si quieres que hablemos, deja de llorar de una vez – le exigió, levantando la voz.

La niña, asustada, intentó acallar el llanto, pero no lo consiguió. Aquel no era el hombre que la podría acompañar en la Gran Aventura de su Vida. Aquel era un triste señor, ignorante de la Vida y de lo que expresa el Corazón.
En vista de que la niña no obedecía, la obligó a que lo acompañara por la fuerza.

- Venga, levanta. No te puedes quedar ahí sola.

Tiró de la mano de la pequeña y utilizando la fuerza, la arrastró con él.

Ahora cuando alguien mira por la ventana, para observar la belleza de una noche nevada, puede distinguir al caballero sin coraza y a la niña que sollozaba.

Una noche cualquiera, el falso caballero que llevaba por la fuerza a la niña que no sabía quién era, tuvo una terrible pesadilla.
En sus sueños aparecieron tigres, pumas y jaguares. Se sintió rodeado de felinos, que acudían en busca de alimento. El caballero, se sintió muerto. Los felinos avanzaron al unísono, hasta que de pronto ocurrió algo insólito.

- Hola gatitos!!! – se escuchó.

Para sorpresa de aquel señor perdido, la niña era quien llamaba a los felinos su atención.
Sin ningún temor, los acarició, los abrazó, los acunó entre sus brazos y los besó. El caballero no podía salir de su asombro. Para la niña sólo eran tiernos gatitos…

- Estos gatitos, me han hecho compañía siempre. No tengas miedo son mis amigos – le aseguró la niña, mientras se entretenía acariciando el lomo del que parecía más fiero -. Ven, acércate!!!

El acobardado señor, tambaleándose y tiritando de puro pánico, se aproximó. En esas, la fiera lo miró fijamente y lo amenazó. Bloqueado, no fue capaz siquiera de dar un respingo, a lo que la pequeña, sin pensárselo, se acercó, al tiempo que el gatito la seguía.

De repente, un fuerte alarido de terror se escuchó por todo el bosque, invadiendo de la voz del pánico, la noche. El hombre que acababa de gritar de aquel modo, hacía horas que tiritaba encogido. La pesadilla, se lo había llevado muy lejos, a un lugar en el que él no estaba habituado a transitar. Cuando abrió los ojos, todavía desorbitados por el pánico, se encontró rodeado de un montón de niños y niñas. La niña que él conocía, se parecía mucho a ellos.

- Mira, son mis hermanos. Los he encontrado!!!

A lo que loca de contento, se abrazó al tiritante hombre, y abrazándole le dijo:

- Gracias, gracias por traerme hasta aquí. Yo sola nunca lo habría logrado.

La pequeña, le explicó a todos su historia, de cómo perdida en la nada, lloraba y lloraba, sin que nadie la escuchara, hasta que el señor, el único que la vio, aunque no lo hiciera con amor, se la llevó y gracias a ese gesto, pudo encontrar a quien tanto añoró.

Los niños y niñas se despidieron del enojado caballero, que asombrado por lo ocurrido, poco a poco se recuperaba del miedo. Estaba contento, pues ahora la pequeña ya no sollozaba. Ahora sólo reía y jugaba, divirtiéndose con sus hermanos y hermanas.

- Se la ve tan feliz… - dijo para sí, enternecido por vez primera por aquella extraña pequeña.

Antes de que la niña partiera con sus hermanos, el señor, compungido y lleno de dolor, tuvo la deferencia de preguntarle por su nombre.

- Soy Lucía. Hasta otro momento, seguro que volveremos a vernos y gracias de nuevo.
- Lucía!!! – gritó sollozando sin derramar una lágrima - ¿vas a dejarme aquí, solo, tirado, abandonado…? ¿y los felinos…? ¿y si me encuentran…? ¿y si me devoran…? ¿no te doy pena…?
Quédate!!! – suplicó – Quédate y te daré todo lo que quieras. Llenaré tu vida de riquezas, serás la joven más envidiada de todo el Pueblo.

Mientras el asustado hombre, no cesaba de hacer absurdas promesas, Lucía lloraba de nuevo. Quizás nunca aquel señor comprendiera que no era nada de eso, lo que a Ella le haría feliz. Sintió una gran compasión por el imberbe caballero. Pese a lo que estaba sucediendo, le miró con gran amor a los ojos y acto seguido dio media vuelta y marchó con sus hermanos.


Habían pasado los años, tantos que nadie sabía cuántos. El incipiente Sol de la Primavera, había derretido los campos de la nieve acumulada. Las puertas de las casas, se abrían. Eran muchos los que salían y al hacerlo, pudieron distinguir a alguien. Era un aspirante a Caballero con porte de Navegante.
Algunos le saludaron. Otros le interrogaron. Unos pocos lo ignoraron, pero al fin y al cabo, Ahora el aspirante a Caballero, ya no estaba tan enfadado.
Había estado tanto tiempo solo, dando bandazos, que le daba miedo lo que aquellos desconocidos pudieran hacerle. Así, saludó a unos cuantos. Respondió a otros tantos e intentó no indignarse con aquellos que lo ignoraron.
De repente, una preciosa niña se le acercó, abriéndose paso entre la muchedumbre. Era hermosa, simpática, risueña, amorosa, sincera… al Caballero le dio un vuelco el Corazón. Los antiguos recuerdos afloraron. La niña que tenía ante sus ojos, era la viva imagen de Lucía. Había crecido mucho, ahora era una bella jovencita.

- Hola Señor!!! ¿Se ha perdido…? ¿Puedo ayudarle…?

El Caballero no entendía como una mocosa, tenía tanta osadía, pues se hubiera perdido o no ¿cómo iba ella a poder ayudarle…?
Se quedó prendado mirándola, mientras Lucía le sonreía esperando a que se delatara o bien su orgullo o bien su gallardía. Él sería el único que elegiría. El Caballero fue consciente de que en otros tiempos, aquella pregunta le hubiera inundado de ese orgullo extraño, habiéndose reído a carcajadas por la idiotez de aquella renacuaja. Pero para su sorpresa, el orgullo siquiera afloró. La mirada y la sonrisa de la pequeña, le hicieron sentir que tenía razón. Era un hombre sin rumbo, sin camino y sin vehículo, pues siempre soñó ser un valiente que atravesaría tierras habitadas e inhóspitas, sobre un azabache caballo, y entre ambos descubrirían un mundo nuevo. El caballo jamás apareció. El miedo se apoderó del valor y el objetivo era tan lejano que nunca un pequeño esfuerzo dio. Finalmente, se decidió a contestar. Calzó una enorme sonrisa y esto fue lo que dijo:

- Hola!!! Estoy encantado de volver a verte. Has cambiado mucho. Se te ve firme y alegre. Creí que te había olvidado. Nada más alejado de ello. Te llevé cada día en mi Corazón. Te añoré hasta agotar mis sueños. Ese sentimiento que sentí por ti, me ayudó a aprender a soñar dibujando como algún día te llegaría a encontrar. Y así ha sucedido. Es cierto, estoy perdido, pues buscaba donde no tenía nada que hallar. Hoy he dado contigo y tú serás la Luz que dirija mi nuevo camino. El miedo jamás se me volverá a apoderar y entre ambos crearemos el vehículo más espectacular. Una cosa más… - se detuvo y tomando asiento sobre una entrañable roca, continuó diciendo – sabes una cosa… La solución para poder llegar hasta el día de hoy, fue verte libre, alegre, emocionada por regresar a tu Hogar. Sentir que todo eso liberaba tu dolor. Doy gracias a no haber caído en la trampa, de continuar atrapándome para que me acompañaras a cumplir con mis antojos. Sólo así, sintiendo tu felicidad, pude enriquecerme para irte a buscar, pese a no tener nunca la certeza, de que eso pudiera suceder. Hoy estoy preparado y por eso, nos hemos encontrado.

Lucía, hacía rato que lloraba con lágrimas de dicha. Ese era su Caballero, el Señor que colmaba todos sus sueños. La profecía se había cumplido. Tal y como ambos sintieron esa unión, un azabache caballo relinchó. Sin dudarlo Lucía sujetó la poderosa mano de su Caballero, tomando asiento sobre la grupa. El caballero así mismo, hizo lo propio y a un grito y un relincho, se les vio partir hacia su común objetivo.

En ese instante alguien respiró profundo. Por fin lo había conseguido. En el Ser de Lola ya no había más entresijos. Mientras el caballo trotaba portando a sus jinetes, alguien distinguió como una preciosa mujer caminaba lentamente hacia la cumbre del saber. Se sentía dichosa, rica y poderosa, ahora ellos estaban juntos. Miró hacia la cima, cada día estaba más cerca, ya no existían pánicos absurdos. Una noche, sin darse cuenta, se acercaron a ella, algunos antiguos enemigos. Al levantarse el Sol de la mañana, Lola, continuó caminando. Había días en que las fuerzas flaqueaban y otros en los que la divinidad no se ocultaba.
En la cima se encontraba alguien muy conocido.

- Mirad!!! – gritó – Lola lo está consiguiendo – ya llega. Démosle tiempo.

Los que allí la esperaban, sin juzgar su Alma, pudieron ser testigos de cómo Lola ahora sí caminaba y por cierto, lo hacía muy bien acompañada. Unos precios felinos eran ahora sus mejores amigos.