CUANDO NADIE Y ALGUIEN SE ENCUENTRAN, LA ROSA SE MUESTRA


Revoloteaba una tierna cría de ave difícil de identificar, aprendiendo a desprenderse de las cómodas hojas que en el nido, su padre y su madre dispusieron, mientras era un tierno polluelo. Un buen día, cuando atardecía, un brote de osadía provocó que el polluelo volara más lejos de lo acostumbrado. Tardó tanto en advertir que se había desviado, que el Sol ya se había ocultado. La noche lo cegó todo, tanto que el pequeño polluelo quedó sin aliento, al sentirse desamparado. Llamó con desesperación a los suyos, pero recordó que si hacía mucho ruido, podía ser descubierto y jalado por algún lobo hambriento. Decidió ser precavido y así muerto de miedo, se cobijó bajo las hojas de un viejo almendro.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí tapado. Estaba tiritando de frío. Sus dientes castañearon haciendo mucho ruido. Tanto escándalo formó, que rápido se acercaron los habitantes del lugar, para descubrir, qué era aquel extraño ruido.
Entre el frío y el miedo, el castañeo iba en aumento. Hasta que de pronto, una adolescente Ninfa de Tierra, se acercó, llevando consigo un bonito abrigo de plumas. Alrededor del polluelo, se habían aproximado también, Sílfides de vivos colores, Hadas que entonaban bellas canciones y Nereidas que vacilaban, al ver al triste polluelo sin nada.

- ¿Cómo te llamas…? – preguntó una Sílfide con curiosidad.
- Soy José!!! – balbuceó, muerto de miedo por la expectación.

El polluelo, acostumbrado a su nido y un entorno conocido, se sentía perturbado por aquel remolino de desconocidos. La Ninfa que le acercó el abrigo, aprovechó para darle un cariñoso e imprevisto abrazo.
A José, la Ninfa le pareció sincera, nunca antes había confiado en nadie. Sintió que le iba a ser difícil entablar amistad con la Ninfa, pues era alguien totalmente desconocida.
Finalmente, se atrevió a mirar a la chica de frente y preguntar por su nombre, pero al hacerlo ocurrió algo, un Duendecillo, contestó en su lugar.

- Se llama Nadie, pero no puede oírte, es sorda – dijo haciendo un gesto de pesar.

El polluelo José se quedó triste. Nadie, le parecía una chica interesante. Cuando lo abrazó, le pareció que el cariño de la joven era capaz de desvanecer todo su temor.
José observó a Nadie, como nadie nunca antes lo hiciera. La joven se ruborizó, le pareció que José la observaba con Amor. Así Nadie, atraída por José, se sentó a su lado y esperó a que pasara algo. Estaba convencida de que algo importante ocurriría. El Duendecillo entrometido, quien confesó llamarse Alguien, le quería explicar a José como Nadie había perdido la capacidad de escuchar. El mejor modo de descubrirlo, era viviéndolo. Así el Duendecillo quedó a la espera de lo que estaba a un tris de suceder.

De repente, en un lugar no muy apartado de donde se encontraban, se escuchó un extraño cántico. Alguien, Nadie y José, prestaron atención, al tiempo que caminaron en dirección al lugar del que parecía emerger la particular canción. El ritmo los condujo a un pequeño orificio que se adentraba en la piedra, en forma de arcaica cueva. Quedaron anonadados ante lo que vieron.
Una anciana mujer – entrada en carnes – había hecho un fuego. Se había decorado el cuerpo y sin más se movía alrededor de las llamas dando vueltas, lanzando cosas y haciendo gestos, al tiempo que parecía querer imitar que hablaba con Dios. El cántico estaba escrito en un idioma muerto. Los recién llegados, no comprendían qué estaba ocurriendo.
Alguien - que previamente había recogido un canasto de Tierra buena - se acercó al fuego y lanzando sobre las llamas, la Tierra, lo apagó, sin poder evitar escuchar los improperios de la vieja.
José se moría de miedo, pues intuía que la anciana les lanzaría un maleficio.

- Estamos perdidos!!! – gritó, mientras sus dientes volvieron a castañear, llamando más la atención.

La anciana, pese a ser consciente de lo que ocurría, intentó ignorarlos a todos, continuando con su ritual, el mismo que desde hacía siglos, la tenía absorbida. Nadie – que estuvo muy callada todo el tiempo – parecía haber dado con algo.

- Abuela!!! ¿eres tú…? – preguntó – Soy Yo ¿me recuerdas…?

José alucinaba, Nadie hablaba. El Duendecillo sonreía, por fin Nadie recuperaba la palabra.
Debido a que la anciana no reaccionaba, José – que en ese instante, lo único que deseaba era que Nadie recuperara todo lo que le faltaba – en un golpe de valentía, se dirigió a la anciana mujer, colocándose en su camino, impidiéndole continuar con aquella idiotez.
La anciana frenó de golpe. Insultó y maldijo al estúpido polluelo. Intentó apartarlo de su camino. José – aunque muerto de miedo – decidió no dejarse dominar más por esa extraña oscuridad tan desconocida para él. Entonces Nadie y Alguien se aproximaron hasta José, dándole todo su apoyo.
La anciana se enojó aún más. Nadie, con suma delicadeza y con todo el Amor que Ahora era capaz de expresar, rodeó a su Abuela entre sus brazos. Fue tan intenso el Amor que le mostró, que por vez primera la Abuela sintió que era posible ser Amado sin condición.
La Abuela miró a José con despecho. El recuerdo de aquel imberbe caballero, le hizo reaccionar con desprecio:

- La culpa de todo la tienes tú – le acusó – eres un cobarde, siempre lo fuiste, nunca estuviste cuando te necesité. Cobarde!!! Cobarde!!! Cobarde!!!

Nadie, rápidamente se colocó al lado de José que había agachado su cabeza, sin ser capaz de levantarla del suelo. En el fondo de José, yacía el dolor por sentir que la Abuela tenía razón. Siempre se preocupó por sus cosas, por ser un gran conquistador, por volar a su antojo, pero nunca se preocupó de la soledad de la emoción que la anciana guardaba en su corazón. No tenía palabras para pedir perdón.

- Las emociones nunca fueron mi fuerte. Lo siento. Tienes razón. Te abandoné, dejándote sola con toda la carga, pero esa cobardía a partir de hoy, no será mi firma. Estoy decidido a convertirme en el Caballero que añoraste – sentenció con total seguridad.
- Abuela – continuó diciendo Nadie – quiero que sepas, que Yo sí le Amo.

José, no se lo podía creer. Rodeó a Nadie por la cintura y por vez primera sintió que era Amado sin condición.
A lo que el Duende dijo:

- Creo que es el día en el que abandones para siempre esta falsa forma de hablar con Dios. Por más que lo invoques, que le cantes y que le entregues dádivas, Él sólo siente tu dolor. Para que puedas sentir en Verdad a Dios, tienes que perdonar a quien tanto te hirió.

El Duende, sujetó las manos de la Abuela y las acercó a su Corazón.

- Vamos, acompáñanos. Deja este lugar. Ven con nosotros. No te pierdas la Verdad.

El Sol estaba describiendo grandes círculos con sus rayos, en un intento de que su Luz, penetrara hasta lo más profundo de todo Corazón.
José, Nadie y Alguien, caminaron hacia el exterior, estaban eufóricos por poder estar juntos, pero nunca estarían completos si faltaba ella, la triste Abuela. Así, esperaron pacientes a que tomara una decisión.
La brisa que se levantó, comenzó a traer mensajes ocultos en el Corazón. El crujir de unas piedras, los hizo girarse hacia la entrada de la cueva. Allí estaba la Abuela. Se había desprendido de toda decoración. Su cara limpia, sus ojos brillantes, su porte y condición quedaron al aire.

- Abuela!!! Estás preciosa – exclamó Nadie.

De repente, la joven Nadie, comenzó a escuchar una música que brotaba con pasión de su Corazón. Se sobresaltó. Nunca antes había escuchado tal cosa. Ya no estaba sorda.

- Puedo oír los mensajes. Puedo escuchar todo lo que se guarda en mí interior. Por fin, lo he conseguido. Gracias Abuela por amarme.

El Duendecillo y José se emocionaron.

- Nadie!!! que contento estoy por ti – le declaró José, mostrando por primera vez lo emocionado que estaba.
- No me llamo Nadie, acabo de recordar mi nombre. Soy Rosa. Soy la joven que ama todo lo que Dios me entrega para que sienta el Amor que Él también me da. Soy Yo, soy tú y soy ninguna, pero siempre soy y seré lo que en cada instante más exprese, mi gran capacidad de Amar.

Grandes vítores y aplausos se escucharon por doquier. Rosa se ruborizó, no tenía idea de que todos los habitantes del bosque habían sido testigos de su transformación.
La Abuela y José se quedaron hablando lago tiempo. Día tras día se transmitieron todo lo que tanto callaron. El Duendecillo saltaba de alegría, por fin podría descansar por largos e infinitos días.
Rosa tenía mucho que aportar al mundo. Su experiencia iba a dar mucho que hablar. Un espectacular potencial se ocultaba en sus adentros. Iba a poder regalar un cúmulo increíble de sentimientos, pues como Ninfa de Tierra tenía una gran creatividad, que al ponerla al servicio de los demás, se convertía en un precioso regalo que contribuía a que el prójimo la tomara de referencia, pues en ella habitaba una gran guía de las Almas.

- Ssshhh silencio, Rosa está explicando al resto como se alcanzan las puertas del Cielo. No lleva máscaras ni aditamentos. No ha hecho rituales ni fuegos. Sólo muestra su Alma al completo, para que todos puedan sentir la Luz de sus destellos.