CLARISA, LA JOVEN QUE CON UN VESTIDO DE NUBES SE VESTÍA


En un Prado de Luz, tostado por los dorados, soleado por los rayos, que con delicadeza alcanzaban a todas las Hadas del Lago, una de ellas se vestía cada día de alegría, para que su propia dicha, alcanzara a todo aquel que se cruzara con Ella, en su vida.
La joven Clarisa, de amplia sonrisa y enigmática belleza, con un vestido de nubes se vestía cada día. Cantaba y recitaba todo lo que de su Corazón brotaba. Los cuadros que pintaba, eran mágicos. Los animales del Prado, se acercaban a escuchar sus cánticos, los pájaros la acompañaban silbando, los búhos observando y las abejas, susurrando entre zumbidos, mensajes ocultos para Corazones cultos.
Un fuerte crujido despertó a María. Rauda salió del lecho en el que profundamente dormía. Acudió a averiguar qué había provocado su despertar. Un temblor la sobrecogió. Su Hogar, se había tornado oscuro. Había pasado de Luz Celestial a un reflejo macilento, difícil de identificar. Palideció. El frío la sobrecogió. Su imagen se reflejó en el espejo de su habitación. Ahí reflejada, sólo fue capaz de ver a una niña asustada. Tendió su mano adulta para tocarla, pero al hacerlo, un fuerte miedo la atrapó. Su congoja aumentó. Volvió a mirar el espejo, la niña había desaparecido. Era como si aquella visión hubiera sido una mala jugada de su mente.
Pero entonces…
¿De dónde salía aquel miedo…? ¿Qué temía la joven María…?
El día se levantó, los rayos dorados del Sol le recordaron algo, aunque al instante, su mente la traicionó, recordándole el episodio vivido aquella noche. La tristeza invadió a María. Deseaba recuperar en Ella la alegría, y ese vestido que de nubes se hizo un buen día. Parecía tarea imposible. El recuerdo de aquella Hada que alegre cantaba, torturó su Corazón.
Sin poder evitarlo, algo se encogió por dentro. La emoción se desbordó y María sumergida en un mar de lágrimas, se conectó con el dolor de su Corazón.
Intentó obviar lo ocurrido, así, como acostumbraba, se acicaló, cogió su cesta hecha de juncos trenzados por sus propias manos y se adentró en el campo que bordeaba su casa.
Conforme el campo su convertía en Bosque, sintió la necesidad de clamar la presencia de las Hadas y de los Duendes. Extrañamente, ninguno acudió a su llamada, siquiera la chica de las nubes que cantaba. Entonces llamó a los Ángeles para que la acompañaran, pero ninguno la escuchó. Enfadada, gritó a Dios que la acompañara… Silencio por toda respuesta.
María, no comprendía que le ocurría. Sintió la profunda soledad de su vida. Sintió los terribles miedos que la sobrecogían. Regresó a su mente, la imagen en el espejo de aquella niña asustada y por vez primera, supo que en la niña yacía la solución.
Llenó su cesta de interesantes hierbas que fue encontrando en su camino. Un poco de salvia, un poco de espliego, unas malvarrosas y algunas hojas de roca. Miró su cesta, quizás ya tuviera suficiente para realizar las maceraciones que tenía pensado hacer. En su cocina, experimentaba con recetas de sabiduría antigua, para dar de beber a aquellos que acudían a la sala de citas, para que María les dijera, qué dolencia acribillaba sus vidas.
De repente, una visión clara y nítida se mostró ante ella. Se giró. Buscó… se había cruzado con alguien, estaba segura, su piel se había erizado. Comenzó a temblar de miedo.

- ¿Hay alguien ahí que juegue a esconderse…? – balbuceó, intentando mantener la compostura.

De nuevo la poderosa energía la erizó.

- No te escondas!!! Da la cara. Sé que estás jugando con mi emoción.

María, sentía la fuerza de esa energía rodeándola, trazando un juego a su alrededor. Si alguien hubiera podido verla, observaría a una joven campesina haciendo aspavientos, como si luchara por apartar fantasmas.
El presunto fantasma, continuaba jugando con María o al menos eso creía ella, era como si quisiera agotarla para aprovechar su debilidad y colarse en su vida.
Como pudo, haciendo un esfuerzo, María apretó a correr hasta alcanzar el campo que rodeaba su casa. Entre el terror que la embargaba, distinguió la puerta entreabierta.
Clarisa entró corriendo en la casa. Quizás se había dejado la puerta abierta y no lo recordaba. Eso la inquietó aún más. Intentó calmarse. Respiró, controlando el jadeo producto del terror. Bebió un largo vaso de agua y acto seguido decidió hacer aquello que tenía planeado, sin permitirle al miedo, anularlo. Colocó sobre la encimera de piedra, las flores y hierbas del cesto. Cogió su mortero y el recetario que le entregara su Abuela y se dispuso a preparar una maceración que ayudaría a un Señor muy mayor, a que dejase de dolerle el cuerpo y el Corazón.
Mientras María preparaba la mezcla, el recuerdo del Señor que le había pedido ayuda, se clavó en su Corazón.
Dio un brinco, algo cruzó su mente de nuevo. La misma energía que la había asustado en el campo, parecía que había regresado. La fuerza la envolvió. María gritó. Estaba sola, nadie podía ayudarla con aquello. La energía insistía. Cogió todos sus amuletos, una cruz de bronce de su abuelo, un colmillo de lobo de un tatarabuelo, una piedra del Valle de las Reinas, que le trajo una prima lejana, de un viaje por Egipto. Un lazo de seda, del vestido de novia de su madre y un brazalete de oro de su niñez. Abrió el cajón de una mesilla, para coger también la Sagrada Biblia. Corrió bajo el altar, en el que imágenes, figuras y estampas, flores secas y velas, quemaban… y con toda su fuerza se puso a rezar.
La luz de una de las velas, chisporroteó causando un desagradable sonido y olor. María dio un respingo, pero aun así continuó. Perdió la noción del tiempo. El miedo a lo desconocido, se había apoderado de ella y nada más podía hacer que someterse a ese sentimiento de posesión.
Extenuada de frío y terror, se quedó dormida y allí, en ese sueño que la sobrecogió pudo respirar tranquila.

Soñó…

Era una preciosa Hada del Lago, que cantaba subida a la rama de un árbol, que caía sobre las aguas pacíficas y claras. A cada nota que salía de sus labios, unas bonitas ondas, se generaban sobre la superficie del agua. De entre las ondas, aparecían pequeños seres fantásticos, se trataba de unos pececillos dorados, que se alimentaban de las notas de la canción de Clarisa.
De repente, sin saber cómo, se agitaron las aguas, una fuerte oleada, mató la dulce calma del Lago. Clarisa se asustó y tal y cómo se sobrecogió, un gran pescado de dientes afilados, pegó un salto, tan alto, que casi roza el limpio rostro del Hada.
Clarisa dio un grito de terror, el propio grito la despertó. María, recordó a la perfección el sueño. No sabía qué hacer, su miedo estaba dentro y también estaba fuera. ¿Cómo iba a poder sobrevivir a aquel pánico…? Pues estuviera donde estuviera, María se sentía cautiva de lo oculto.
Paulatinamente, la desesperación de María iba en aumento, no era capaz de soñar, ni tampoco de vivir en paz, pues siempre lo oculto, la venía a buscar.
Un buen día, ocurrió algo insólito en su vida, sin siquiera advertirlo, se sorprendió a sí misma manteniendo una provechosa conversación con alguien. Se trataba de una Dama, de faz clara y manos amorosas, que con una gracia especial, le explicaba a María, preciosas historias que contar.

- Oooohhh!!! Qué historia más bonita!!! – exclamó María, sin poder evitar sentir un amor especial por aquella Dama a la que sentía que conocía muy bien -. ¿Quién eres…? ¿Cómo te llamas…?

La Dama, se hizo la interesante, deslizándose ante la mirada atenta de María. Tras esbozar una preciosa sonrisa, concluyó…

- Soy Clarisa… Soy tú misma. Soy quien hoy todavía no has descubierto en ti. Soy en quien puedes confiar sin temor a no conseguir vivir en paz. Soy quien no teme. Soy la Dama que yace en su pureza, que vive en su magia, la misma que se expresa con toda su belleza. Soy tú.
- Oh!!! – continuó exclamando María, que no podía salir de su asombro. ¿Cómo puedo alcanzarte…? – preguntó inquieta la joven, cuyo halo de belleza comenzaba a liberarse.
- Siente la magia, no temas, lo oculto es tu rumbo… ven… acompáñame…

Clarisa se giró señalándole a María toda su absurda superstición, la misma que a lo largo del tiempo le había hecho creer que a lo oculto, tenía que tenérsele miedo.

- Deshazte de todo eso… Líbrate del tu ancestral miedo… ¿Sabes ya cómo puedes hacerlo…?
- No, creo que no lo sé – acertó a decir balbuceando.
- Dale a la Madre un hueco. Madura a esa niña que llevas dentro. Siente que aquello no fue abandono, fue lo que la niña necesitaba para liberarse del apego.
- Pero… ¿y cuando me aceche el miedo…?
- Enfréntate a él. Mírale de frente. No evites su nombre. No te sientas triste, cada vez que te viene a ver. Búscale.

Tal y como Clarisa dijo estas palabras, María enmudeció, algo en su inconsciente se conmovió de tal manera, que el dolor regresó, atrapando todo su cuerpo. La Dama se desvaneció. Había desaparecido.

- Clarisa!!! Clarisa!!! Clarisa!!! Vuelve por favor, no me dejes sola de nuevo ante esta emoción.

María temblaba, la energía de siempre, regresó, acechándola. Ante el altar que tanto le recordaba su acobardado pasado, gritó de desesperación. En un ataque de ira, apagó las velas, lanzó estampas, imágenes, amuletos y demás supercherías, al fuego de la chimenea.
Por vez primera, su casa quedaba limpia de temor. María sin saberlo, alimentaba a la niña que se reía abandonada ante lo oculto de la nada, allí donde albergaba un siniestro señor.
Corrió ante el espejo de su habitación. Al instante la niña se reflejó. Por un momento la sintió sonreír, quizás comenzara a sentirse feliz. De repente, se fijó mejor, no se lo podía creer, la niña había crecido, pese a no tener ni Madre ni Vestido.
Pasaban los días y María insistía llamando a Clarisa. Se sentía perdida, el instinto que la llevaba a refugiarse en su altar, todavía aparecía, pero ahora ya no tenía a quien orar. Hubiera deseado recuperar todo aquello que lanzó al fuego. Se sentía tan frágil y vulnerable que no sabía cuál sería su reacción, si aquella energía que de tanto en tanto la acechaba, volvía de nuevo para asustarla. Rechazó rauda ese pensamiento que tanto la atormentaba.
La maceración que preparara para aquel anciano Señor al que siempre le dolía todo el cuerpo y su Corazón, estaba preparada. María había elaborado aquel preparado con todo su Amor, no soportaba por más tiempo sentir el dolor del Señor. De repente, la fugaz ráfaga de energía de siempre la envolvió. Dio un grito entrecortado.

- Otra vez no!!! – rogó con lágrimas en los ojos.

Sin esperarlo, sonó el timbre de la puerta. La energía continuaba abrazándola. Por un instante creyó sentir que la arropaba. Pero algo en su cabeza le dijo que lo oculto siempre daba miedo. Corrió hacia la puerta en busca de salvación. Abrió. Se llevó una gran sorpresa. Un apuesto Caballero de amplia sonrisa y elegante aspecto, le sonrió:

- ¿Es usted María…?
- Si – acertó a decir la chica, que ya siquiera sentía a aquella energía.
- El Señor la está esperando, sabe que el brebaje está preparado para tomarlo.

María se asustó de nuevo, no comprendía como el Señor sabía aquello, ella no se lo había dicho.
Así el Caballero de la puerta le aclaró:

- El Señor dice que usted le apareció esta pasada noche en sueños para comunicárselo. Se siente muy agradecido por ello. Prefiere que sea usted quien acuda a su residencia. Yo la llevaré. Señorita… - concluyó realizando una inclinación de cabeza -. Por cierto… no me he presentado… Mi nombre es Uriel.

La joven no salía de su asombro, no recordaba nada de aquello. Miró tras el Caballero. Un carruaje espectacular estaba allí parado, conducido por dos preciosos caballos alados, listos para emprender un viaje de ensueño. ¿Uriel…? ¿Uriel…? Desde ese instante aquel nombre no dejó de repetirse en su cabeza, le era muy familiar.
El cochero le tendió la mano a María, invitándola a acompañarle. María dudó, no sabía qué hacer, miró a los ojos del cochero y sintió que tenía que confiar en él. Corrió a su cocina, recogió el brebaje, lo guardó en su cesta de junco trenzado y asió la mano del Caballero con timidez.
A una poderosa señal del cochero, los caballos iniciaron la marcha, primero trotaron ligeros, para más adelante comenzar a cabalgar a alta velocidad, hasta que decidieron emprender el vuelo.
María, iba acomodada en el asiento interior del carruaje. No podía creer lo que sucedía. Desde allá arriba podía ver lo que nunca antes había logrado. Su casa, el campo, el avioletado prado, los elevados árboles que ocultaban la verdad del Bosque. Podía ver mucho más. Estaba deseando llegar a la residencia del Señor. Sujetó con fuerza el brebaje que le preparó y sonrió muy contenta al tener la certeza de que al Señor ya no le dolería ni el cuerpo ni el Corazón.
En aquel instante de dicha, Uriel se giró para mirarla. Por vez primera, María advirtió su belleza. Sus ojos, transmitían bondad, su firmeza, seguridad y su educación le aseguraban que pertenecía a una estirpe real.

- ¿Está usted bien Señorita María…? – preguntó sin dejar de sonreír -. ¿Está bien ahí… o prefiere sentarse aquí…? – dijo, señalándole el asiento del conductor.
- Si, está bien. Quizás mejor ahí, con usted – confesó, decidida.
- Por supuesto. Acérquese sin miedo. Desde aquí el paisaje es espectacular. No se pierda este Cielo – le dijo haciéndole un hueco e invitándola a dirigir su camino.
María, tomó asiento junto a Uriel, entonces éste le tendió las riendas para que fuera ella misma quien condujera. Cuando María sujetó las riendas del carruaje, se produjo un fuerte estallido en ese Cielo que cruzaban. Los alados caballos relincharon y tal y como lo hicieron se elevaron por encima de aquel Cielo, alcanzando uno todavía si cabe más elevado. María se sorprendió, no tenía idea que todavía había más Cielo por descubrir. Nunca antes había sujetado unas riendas. Se sintió cómoda. Ya no era la chica que se sentaba en el asiento de atrás, sin tomar sus propias decisiones. Se sintió valiente. Feliz. Para su sorpresa, no tenía miedo. Uriel la observaba, se sentía encantado, incluso parecía enamorado. María se ruborizó. Por fin atinó a decir:

- ¿La Residencia del Señor…? ¿Crees que voy bien por aquí…?
- Si, María, ahora sí, mira… la puedes ver allí…

Uriel señalaba hacia el norte, a pocos metros, entre las nubes de aquel Cielo, podía distinguirse un perfecto Hogar. María gritó a los caballos alados. Estos respondieron raudos a su petición.

- Estamos llegando!!! -  gritó.

Los caballos se detuvieron ante el Hogar del Cielo. María y Uriel se apearon. Antes de continuar hasta la Residencia, María quiso darles las gracias a los equinos. Eran preciosos… Cogió su cesta de juncos trenzada que contenía el brebaje y sin dudarlo pidió paso. La puerta se abrió. Una preciosa mujer la recibió:

- ¿Qué deseas…? – le preguntó.
- Vengo a traerle esto al Señor – dijo, mostrándole el brebaje.
- Adelante, te está esperando.

María entró en las profundidades de aquella lar. La luz que se desprendía por doquier era espectacular. De repente escuchó:

- María!!!
- Sí Señor, estoy aquí, traigo el brebaje…

Dicho lo cual apareció un joven apuesto, vibrante, saludable… la joven María no pudo reprimir un grito ahogado. Era Él, era la energía que constantemente la envolvía y de la que tanto se asustaba.
El frasco con el brebaje se estrelló contra el suelo, rompiéndose y derramándose su contenido. María no sabía ni qué decir ni qué hacer. Quedó absorta mirando al Señor.

- Todos los días vengo a visitarte, creí que no serías capaz de recordarme, es por eso que envié a Uriel a buscarte. Deseaba que recuperaras la verdad de mí. No soy ese que me dibujan en la cruz, lleno de sangre y dolor. Lo mejor de todo es que tu pasión jamás se acabó. Me buscabas y yo acudía, pero tu visión de mí te obcecó, sin dejarte sentir que estaba en ti todos los días.
María no podía dejar de llorar ante aquella declaración de Amor.

- Tengo algo para ti.

El Señor se acercó y tocó con su mano la sede del alma de María. Algo profundo sucedió. María comenzó a escuchar los cánticos y las prosas de Clarisa. Cuando el Señor acabó, le tendió algo.

- Toma… Vístete… es hora de que luzcas lo que con tanto ahínco te has ganado. Este es tu vestido…

Una bruma de nubes blancas vibraba ante los ojos de María. Era su vestido de nubes, el mismo que vio en Clarisa. María se vistió. Ese sería su novedoso aspecto. Cuando se giró de nuevo para mostrarle el vestido al Señor, éste había desaparecido.
Sonrió. En el fondo de su Corazón sabía que no era así. Ahora tenía claro que siempre estaba allí, con ella, arropándola, amándola, vibrando al mismo son. Al Señor ni le dolía el cuerpo ni el Corazón, lo que en verdad le dolía era que le tuviera miedo sin motivo ni razón.
María salió del Hogar. Uriel también había desaparecido. El carruaje con los caballos alados, la esperaba. Subió. Cogió las riendas y sin dudarlo, eligió el camino a seguir. Esta vez no había dudas, no había nada ni nadie que eligiera por ella, ni que dominara su sentir. Era ella quien conducía su vida y quien cada día creaba aquello que le daba dicha.

El Sol se había levantado. Una joven se miraba ante el espejo. Una niña preciosa le devolvía el reflejo.

- Estás preciosa – le dijo.
- Tú también – le confesó Clarisa a la niña -. ¿Ya no tienes miedo…? – preguntó, pese a conocer la respuesta.
- No, ya no. Estoy con el Señor y eso no da miedo, sólo me da Amor.


Alguien observaba a Clarisa mientras cantaba y recogía flores del Prado para sus maceraciones. Era Uriel, quien atento observaba a Clarisa, la joven que con un vestido de nubes... siempre... se vestía.

LA DONA DEL BOSC



S’endinsava entre les branques i les llargues vares que li dificultaven el camí, traçat en un Bosc que amagava quelcom en el seu interior. Deixava les petjades clavades de debò, per si mai, algun dia, algú altre també desitgés trobar allò tant misteriós.

La nit sense Lluna, ho va amagar tot. Un silenci esgarrifós va envair el camí que aquella desconeguda dona, intentava assolir.

De sobte, un soroll d’aigua brollant d’algun lloc, la va fer relaxar-se per deixar de sentir por. A cegues caminava, deixant petjades, apartant les branques i les vares, amb força i decisió.

El soroll de l’aigua cada cop era més a prop. La nit avançava i la dona capficada en trobar allò que s’amagava en el Bosc, era a dues passes de donar amb el tresor.

Algú just al davant, va donar un saltiró, era un bonic ocell amb ulls de mussol:

On vas bonica...? Estàs perduda...? – li digué amb o sense intenció.

La dona va mirar als ulls dels seu interlocutor, s’hi fixà molt be, a veure si tenia bones intencions.

Al final li respongué:

No, no estic perduda. Estic cercant allò que amaga aquest Bosc. He escoltat el brollar de l’aigua i ara sé que estic a prop.
- Que dius beneita!!! No hi ha aigua en aquest lloc. Pot ser vas errada i aquest no és el camí que et portarà on vols.

La Dona del Bosc, molt sorpresa per les paraules del mussol, va dubtar per uns segons... Avançava cap on li deia el cor o be feia cas del mussol.

Va seure sota la copa d’un preciós sicòmor. Allà, sense poder-ho evitar, li va agafar son. Dormia tranquil·lament, somiant amb un món molt diferent. De sobte el somni el va portar a recordar tot allò que va haver de viure durant la seva vida: l’egoisme, l’avarícia, la feblesa, la malicia, l’interès, la immundícia i molt i molt més... d’una estúpida forma de viure. Es va veure a sí mateixa, sorgint a una altre tipus de vida. En el fons del seu cor, hi sabia que la vida era per a viure-la i no per a patir-la. Així, el somni li regalà el sentiment de la veritat.
Va despertà. La nit havia marxat. Un dia de sol començava. El Bosc quedà il·luminat pels raigs que s’endinsaven entre la vegetació.

Algú va poder escoltar el xiscle que la Dona donà, doncs just al seu davant una preciosa font d’aigua brollava del vell mig de la muntanya.

S’apropava a l’aigua quan de sobte algú la va cridar:

Noia!!! Has arribat!!!

Era una velleta molt maca, amb mirada sabia i mans delicades.

Hola Senyora!!! Qui és vostè...?
Sóc la Dona que portes amagada en el teu interior. Sóc l’experiència del que has viscut. Sóc la victòria del que has acceptat. Sóc l’èxit del tot el que has aprés a estimar.
OOOhhh!!! Ets tu allò que amaga el Bosc...
- Si, ho sóc, però mai seria qui sóc, sinó hagués estat per tu.
- Estic emocionada per trobar-te. Un dia vaig tenir una intuïció. Sabia que el Bosc amagava quelcom, però un mussol em va voler fer creure que anava errada.

Just quan la Dona va esmentar l’ocell, aquest va aparegué.

Parlaves de mi...? – preguntà l’entremaliat.
- Ah! Ets aquí...?

El mussol es va posar al costat de la iaia i aquesta el va agafar de la ma.

Us coneixeu vosaltres...? – preguntà contrariada la Dona.
- Si, clar. Ell és qui posa els paranys – digué la velleta tot senyalant al rapaç - doncs és aquesta la manera de saber si el cor és fort o encara sent feblesa.

El mussol la mirà amb calidesa i tot seguit digué:

Si has trobat a la Mestra és per que el teu cor és molt gran. Ara ja saps que anaves encertada al sentir que la vida no és un parany, sinó un lloc on aprendre i sortir amb èxit de l’experiència.

Algú que ho presenciava tot, va ser testimoni de com la iaia, la Dona i el mussol es banyaven en la font. El sol d’aquell dia brillava. La Dona del Bosc ho havia entès tot.



Nota: El fragment en negreta serà publicat en el Punt de Llibre de Sant Jordi, al haver sigut aquest conte i en concret aquest fragment, l'escollit pel Servei de la Dona de la Conca de Barberà, en la convocatòria d'aquest anys sobre el Recull de Relats en motiu del día de la Dona, organitzat pel Consell Comarcal de la Conca de Barberà amb el suport de la Generalitat de Catalunya.



CUANDO NADIE Y ALGUIEN SE ENCUENTRAN, LA ROSA SE MUESTRA


Revoloteaba una tierna cría de ave difícil de identificar, aprendiendo a desprenderse de las cómodas hojas que en el nido, su padre y su madre dispusieron, mientras era un tierno polluelo. Un buen día, cuando atardecía, un brote de osadía provocó que el polluelo volara más lejos de lo acostumbrado. Tardó tanto en advertir que se había desviado, que el Sol ya se había ocultado. La noche lo cegó todo, tanto que el pequeño polluelo quedó sin aliento, al sentirse desamparado. Llamó con desesperación a los suyos, pero recordó que si hacía mucho ruido, podía ser descubierto y jalado por algún lobo hambriento. Decidió ser precavido y así muerto de miedo, se cobijó bajo las hojas de un viejo almendro.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí tapado. Estaba tiritando de frío. Sus dientes castañearon haciendo mucho ruido. Tanto escándalo formó, que rápido se acercaron los habitantes del lugar, para descubrir, qué era aquel extraño ruido.
Entre el frío y el miedo, el castañeo iba en aumento. Hasta que de pronto, una adolescente Ninfa de Tierra, se acercó, llevando consigo un bonito abrigo de plumas. Alrededor del polluelo, se habían aproximado también, Sílfides de vivos colores, Hadas que entonaban bellas canciones y Nereidas que vacilaban, al ver al triste polluelo sin nada.

- ¿Cómo te llamas…? – preguntó una Sílfide con curiosidad.
- Soy José!!! – balbuceó, muerto de miedo por la expectación.

El polluelo, acostumbrado a su nido y un entorno conocido, se sentía perturbado por aquel remolino de desconocidos. La Ninfa que le acercó el abrigo, aprovechó para darle un cariñoso e imprevisto abrazo.
A José, la Ninfa le pareció sincera, nunca antes había confiado en nadie. Sintió que le iba a ser difícil entablar amistad con la Ninfa, pues era alguien totalmente desconocida.
Finalmente, se atrevió a mirar a la chica de frente y preguntar por su nombre, pero al hacerlo ocurrió algo, un Duendecillo, contestó en su lugar.

- Se llama Nadie, pero no puede oírte, es sorda – dijo haciendo un gesto de pesar.

El polluelo José se quedó triste. Nadie, le parecía una chica interesante. Cuando lo abrazó, le pareció que el cariño de la joven era capaz de desvanecer todo su temor.
José observó a Nadie, como nadie nunca antes lo hiciera. La joven se ruborizó, le pareció que José la observaba con Amor. Así Nadie, atraída por José, se sentó a su lado y esperó a que pasara algo. Estaba convencida de que algo importante ocurriría. El Duendecillo entrometido, quien confesó llamarse Alguien, le quería explicar a José como Nadie había perdido la capacidad de escuchar. El mejor modo de descubrirlo, era viviéndolo. Así el Duendecillo quedó a la espera de lo que estaba a un tris de suceder.

De repente, en un lugar no muy apartado de donde se encontraban, se escuchó un extraño cántico. Alguien, Nadie y José, prestaron atención, al tiempo que caminaron en dirección al lugar del que parecía emerger la particular canción. El ritmo los condujo a un pequeño orificio que se adentraba en la piedra, en forma de arcaica cueva. Quedaron anonadados ante lo que vieron.
Una anciana mujer – entrada en carnes – había hecho un fuego. Se había decorado el cuerpo y sin más se movía alrededor de las llamas dando vueltas, lanzando cosas y haciendo gestos, al tiempo que parecía querer imitar que hablaba con Dios. El cántico estaba escrito en un idioma muerto. Los recién llegados, no comprendían qué estaba ocurriendo.
Alguien - que previamente había recogido un canasto de Tierra buena - se acercó al fuego y lanzando sobre las llamas, la Tierra, lo apagó, sin poder evitar escuchar los improperios de la vieja.
José se moría de miedo, pues intuía que la anciana les lanzaría un maleficio.

- Estamos perdidos!!! – gritó, mientras sus dientes volvieron a castañear, llamando más la atención.

La anciana, pese a ser consciente de lo que ocurría, intentó ignorarlos a todos, continuando con su ritual, el mismo que desde hacía siglos, la tenía absorbida. Nadie – que estuvo muy callada todo el tiempo – parecía haber dado con algo.

- Abuela!!! ¿eres tú…? – preguntó – Soy Yo ¿me recuerdas…?

José alucinaba, Nadie hablaba. El Duendecillo sonreía, por fin Nadie recuperaba la palabra.
Debido a que la anciana no reaccionaba, José – que en ese instante, lo único que deseaba era que Nadie recuperara todo lo que le faltaba – en un golpe de valentía, se dirigió a la anciana mujer, colocándose en su camino, impidiéndole continuar con aquella idiotez.
La anciana frenó de golpe. Insultó y maldijo al estúpido polluelo. Intentó apartarlo de su camino. José – aunque muerto de miedo – decidió no dejarse dominar más por esa extraña oscuridad tan desconocida para él. Entonces Nadie y Alguien se aproximaron hasta José, dándole todo su apoyo.
La anciana se enojó aún más. Nadie, con suma delicadeza y con todo el Amor que Ahora era capaz de expresar, rodeó a su Abuela entre sus brazos. Fue tan intenso el Amor que le mostró, que por vez primera la Abuela sintió que era posible ser Amado sin condición.
La Abuela miró a José con despecho. El recuerdo de aquel imberbe caballero, le hizo reaccionar con desprecio:

- La culpa de todo la tienes tú – le acusó – eres un cobarde, siempre lo fuiste, nunca estuviste cuando te necesité. Cobarde!!! Cobarde!!! Cobarde!!!

Nadie, rápidamente se colocó al lado de José que había agachado su cabeza, sin ser capaz de levantarla del suelo. En el fondo de José, yacía el dolor por sentir que la Abuela tenía razón. Siempre se preocupó por sus cosas, por ser un gran conquistador, por volar a su antojo, pero nunca se preocupó de la soledad de la emoción que la anciana guardaba en su corazón. No tenía palabras para pedir perdón.

- Las emociones nunca fueron mi fuerte. Lo siento. Tienes razón. Te abandoné, dejándote sola con toda la carga, pero esa cobardía a partir de hoy, no será mi firma. Estoy decidido a convertirme en el Caballero que añoraste – sentenció con total seguridad.
- Abuela – continuó diciendo Nadie – quiero que sepas, que Yo sí le Amo.

José, no se lo podía creer. Rodeó a Nadie por la cintura y por vez primera sintió que era Amado sin condición.
A lo que el Duende dijo:

- Creo que es el día en el que abandones para siempre esta falsa forma de hablar con Dios. Por más que lo invoques, que le cantes y que le entregues dádivas, Él sólo siente tu dolor. Para que puedas sentir en Verdad a Dios, tienes que perdonar a quien tanto te hirió.

El Duende, sujetó las manos de la Abuela y las acercó a su Corazón.

- Vamos, acompáñanos. Deja este lugar. Ven con nosotros. No te pierdas la Verdad.

El Sol estaba describiendo grandes círculos con sus rayos, en un intento de que su Luz, penetrara hasta lo más profundo de todo Corazón.
José, Nadie y Alguien, caminaron hacia el exterior, estaban eufóricos por poder estar juntos, pero nunca estarían completos si faltaba ella, la triste Abuela. Así, esperaron pacientes a que tomara una decisión.
La brisa que se levantó, comenzó a traer mensajes ocultos en el Corazón. El crujir de unas piedras, los hizo girarse hacia la entrada de la cueva. Allí estaba la Abuela. Se había desprendido de toda decoración. Su cara limpia, sus ojos brillantes, su porte y condición quedaron al aire.

- Abuela!!! Estás preciosa – exclamó Nadie.

De repente, la joven Nadie, comenzó a escuchar una música que brotaba con pasión de su Corazón. Se sobresaltó. Nunca antes había escuchado tal cosa. Ya no estaba sorda.

- Puedo oír los mensajes. Puedo escuchar todo lo que se guarda en mí interior. Por fin, lo he conseguido. Gracias Abuela por amarme.

El Duendecillo y José se emocionaron.

- Nadie!!! que contento estoy por ti – le declaró José, mostrando por primera vez lo emocionado que estaba.
- No me llamo Nadie, acabo de recordar mi nombre. Soy Rosa. Soy la joven que ama todo lo que Dios me entrega para que sienta el Amor que Él también me da. Soy Yo, soy tú y soy ninguna, pero siempre soy y seré lo que en cada instante más exprese, mi gran capacidad de Amar.

Grandes vítores y aplausos se escucharon por doquier. Rosa se ruborizó, no tenía idea de que todos los habitantes del bosque habían sido testigos de su transformación.
La Abuela y José se quedaron hablando lago tiempo. Día tras día se transmitieron todo lo que tanto callaron. El Duendecillo saltaba de alegría, por fin podría descansar por largos e infinitos días.
Rosa tenía mucho que aportar al mundo. Su experiencia iba a dar mucho que hablar. Un espectacular potencial se ocultaba en sus adentros. Iba a poder regalar un cúmulo increíble de sentimientos, pues como Ninfa de Tierra tenía una gran creatividad, que al ponerla al servicio de los demás, se convertía en un precioso regalo que contribuía a que el prójimo la tomara de referencia, pues en ella habitaba una gran guía de las Almas.

- Ssshhh silencio, Rosa está explicando al resto como se alcanzan las puertas del Cielo. No lleva máscaras ni aditamentos. No ha hecho rituales ni fuegos. Sólo muestra su Alma al completo, para que todos puedan sentir la Luz de sus destellos.

LUCÍA LA NIÑA QUE AL CABALLERO NO CONOCÍA


Una mañana de Mayo, un caballero con armadura de barro, se dispuso a seguir el rastro de una antigua historia, que parecía no tener fin.
Caminó ladera arriba y se agotó. Caminó hacia abajo y se hirió. Caminó serpenteando y de tantas vueltas que dio. Acabó no caminando.
Para entonces ya era verano y en esas fechas quemaba el Sol. El barro de la armadura se fue secando, tanto que se resquebrajó.
Mientras el barro que lo protegía se desmoronaba pedazo a pedazo, el sollozo de una triste niña, fue lo único que el presunto caballero de barro, oía.
Miró a su alrededor y no vio nada. Se tapó sus oídos para huir de aquel insistente llanto  y sin comprender cómo podía ser, el sollozo era cada vez más alto y claro.
Estaba asustado. No sabía qué hacer. El sollozo lo martirizaba. Parecía que aquel llanto nunca tendría fin.
Enfadado gritó a la niña:

- Muéstrate, no te escondas, deja de hacerme padecer. Deja de torturarme. Cállate de una vez.

Dicho lo cual, el sollozo cesó.
El caballero, chorreando pedazos ancestrales de barro, se sintió orgulloso. Había conseguido acallar el lloro de aquella pesada niña.
Sintiéndose vencedor, se dispuso a caminar de nuevo. Al caerle más barro, advirtió que debajo se comenzaba a descubrir al gran caballero que anidaba en él. Se sintió orgulloso de sí. Decidió que todos tenían que admirar a aquel valiente señor, ese que despuntaba, aunque de elegante no tuviera nada.

Un buen día, ocurrió algo…
Por esas fechas el invierno ya había llegado. El latente frío invitaba a buscar cobijo. Buscó y buscó y por más que buscó, nada encontró. Ni cobijo, ni familia que de él se apiadara. Buscó tanto que de tanto que buscó, se perdió.
Solo, en la fría aventura invernal, caminó hacia un lejano altozano. Apartado de todo y de todos se dispuso a cavilar.
Caviló y caviló. Caviló con el pensamiento puesto en encontrar una explicación. Caviló sintiendo que nada de lo que venía de sus pensamientos, le aportaba comprensión. Caviló tanto que de tanto que caviló, por fin se durmió.
En plena ensoñación, por vez primera soñó. En ese sueño, una dulce niña apareció. Se la encontró sollozando, entonces, recordó algo.

- Otra vez la pesada de la niña llorando!!! – exclamó muy enfadado.

La pequeña tenía los ojos cerrados, no podía ver el Sol. Era como si estuviera ciega, o al menos eso fue lo que el caballero creyó.
Se acercó con dificultad a la pequeña y sintió que quizás pudiera hacer algo por ella.

- Si quieres que hablemos, deja de llorar de una vez – le exigió, levantando la voz.

La niña, asustada, intentó acallar el llanto, pero no lo consiguió. Aquel no era el hombre que la podría acompañar en la Gran Aventura de su Vida. Aquel era un triste señor, ignorante de la Vida y de lo que expresa el Corazón.
En vista de que la niña no obedecía, la obligó a que lo acompañara por la fuerza.

- Venga, levanta. No te puedes quedar ahí sola.

Tiró de la mano de la pequeña y utilizando la fuerza, la arrastró con él.

Ahora cuando alguien mira por la ventana, para observar la belleza de una noche nevada, puede distinguir al caballero sin coraza y a la niña que sollozaba.

Una noche cualquiera, el falso caballero que llevaba por la fuerza a la niña que no sabía quién era, tuvo una terrible pesadilla.
En sus sueños aparecieron tigres, pumas y jaguares. Se sintió rodeado de felinos, que acudían en busca de alimento. El caballero, se sintió muerto. Los felinos avanzaron al unísono, hasta que de pronto ocurrió algo insólito.

- Hola gatitos!!! – se escuchó.

Para sorpresa de aquel señor perdido, la niña era quien llamaba a los felinos su atención.
Sin ningún temor, los acarició, los abrazó, los acunó entre sus brazos y los besó. El caballero no podía salir de su asombro. Para la niña sólo eran tiernos gatitos…

- Estos gatitos, me han hecho compañía siempre. No tengas miedo son mis amigos – le aseguró la niña, mientras se entretenía acariciando el lomo del que parecía más fiero -. Ven, acércate!!!

El acobardado señor, tambaleándose y tiritando de puro pánico, se aproximó. En esas, la fiera lo miró fijamente y lo amenazó. Bloqueado, no fue capaz siquiera de dar un respingo, a lo que la pequeña, sin pensárselo, se acercó, al tiempo que el gatito la seguía.

De repente, un fuerte alarido de terror se escuchó por todo el bosque, invadiendo de la voz del pánico, la noche. El hombre que acababa de gritar de aquel modo, hacía horas que tiritaba encogido. La pesadilla, se lo había llevado muy lejos, a un lugar en el que él no estaba habituado a transitar. Cuando abrió los ojos, todavía desorbitados por el pánico, se encontró rodeado de un montón de niños y niñas. La niña que él conocía, se parecía mucho a ellos.

- Mira, son mis hermanos. Los he encontrado!!!

A lo que loca de contento, se abrazó al tiritante hombre, y abrazándole le dijo:

- Gracias, gracias por traerme hasta aquí. Yo sola nunca lo habría logrado.

La pequeña, le explicó a todos su historia, de cómo perdida en la nada, lloraba y lloraba, sin que nadie la escuchara, hasta que el señor, el único que la vio, aunque no lo hiciera con amor, se la llevó y gracias a ese gesto, pudo encontrar a quien tanto añoró.

Los niños y niñas se despidieron del enojado caballero, que asombrado por lo ocurrido, poco a poco se recuperaba del miedo. Estaba contento, pues ahora la pequeña ya no sollozaba. Ahora sólo reía y jugaba, divirtiéndose con sus hermanos y hermanas.

- Se la ve tan feliz… - dijo para sí, enternecido por vez primera por aquella extraña pequeña.

Antes de que la niña partiera con sus hermanos, el señor, compungido y lleno de dolor, tuvo la deferencia de preguntarle por su nombre.

- Soy Lucía. Hasta otro momento, seguro que volveremos a vernos y gracias de nuevo.
- Lucía!!! – gritó sollozando sin derramar una lágrima - ¿vas a dejarme aquí, solo, tirado, abandonado…? ¿y los felinos…? ¿y si me encuentran…? ¿y si me devoran…? ¿no te doy pena…?
Quédate!!! – suplicó – Quédate y te daré todo lo que quieras. Llenaré tu vida de riquezas, serás la joven más envidiada de todo el Pueblo.

Mientras el asustado hombre, no cesaba de hacer absurdas promesas, Lucía lloraba de nuevo. Quizás nunca aquel señor comprendiera que no era nada de eso, lo que a Ella le haría feliz. Sintió una gran compasión por el imberbe caballero. Pese a lo que estaba sucediendo, le miró con gran amor a los ojos y acto seguido dio media vuelta y marchó con sus hermanos.


Habían pasado los años, tantos que nadie sabía cuántos. El incipiente Sol de la Primavera, había derretido los campos de la nieve acumulada. Las puertas de las casas, se abrían. Eran muchos los que salían y al hacerlo, pudieron distinguir a alguien. Era un aspirante a Caballero con porte de Navegante.
Algunos le saludaron. Otros le interrogaron. Unos pocos lo ignoraron, pero al fin y al cabo, Ahora el aspirante a Caballero, ya no estaba tan enfadado.
Había estado tanto tiempo solo, dando bandazos, que le daba miedo lo que aquellos desconocidos pudieran hacerle. Así, saludó a unos cuantos. Respondió a otros tantos e intentó no indignarse con aquellos que lo ignoraron.
De repente, una preciosa niña se le acercó, abriéndose paso entre la muchedumbre. Era hermosa, simpática, risueña, amorosa, sincera… al Caballero le dio un vuelco el Corazón. Los antiguos recuerdos afloraron. La niña que tenía ante sus ojos, era la viva imagen de Lucía. Había crecido mucho, ahora era una bella jovencita.

- Hola Señor!!! ¿Se ha perdido…? ¿Puedo ayudarle…?

El Caballero no entendía como una mocosa, tenía tanta osadía, pues se hubiera perdido o no ¿cómo iba ella a poder ayudarle…?
Se quedó prendado mirándola, mientras Lucía le sonreía esperando a que se delatara o bien su orgullo o bien su gallardía. Él sería el único que elegiría. El Caballero fue consciente de que en otros tiempos, aquella pregunta le hubiera inundado de ese orgullo extraño, habiéndose reído a carcajadas por la idiotez de aquella renacuaja. Pero para su sorpresa, el orgullo siquiera afloró. La mirada y la sonrisa de la pequeña, le hicieron sentir que tenía razón. Era un hombre sin rumbo, sin camino y sin vehículo, pues siempre soñó ser un valiente que atravesaría tierras habitadas e inhóspitas, sobre un azabache caballo, y entre ambos descubrirían un mundo nuevo. El caballo jamás apareció. El miedo se apoderó del valor y el objetivo era tan lejano que nunca un pequeño esfuerzo dio. Finalmente, se decidió a contestar. Calzó una enorme sonrisa y esto fue lo que dijo:

- Hola!!! Estoy encantado de volver a verte. Has cambiado mucho. Se te ve firme y alegre. Creí que te había olvidado. Nada más alejado de ello. Te llevé cada día en mi Corazón. Te añoré hasta agotar mis sueños. Ese sentimiento que sentí por ti, me ayudó a aprender a soñar dibujando como algún día te llegaría a encontrar. Y así ha sucedido. Es cierto, estoy perdido, pues buscaba donde no tenía nada que hallar. Hoy he dado contigo y tú serás la Luz que dirija mi nuevo camino. El miedo jamás se me volverá a apoderar y entre ambos crearemos el vehículo más espectacular. Una cosa más… - se detuvo y tomando asiento sobre una entrañable roca, continuó diciendo – sabes una cosa… La solución para poder llegar hasta el día de hoy, fue verte libre, alegre, emocionada por regresar a tu Hogar. Sentir que todo eso liberaba tu dolor. Doy gracias a no haber caído en la trampa, de continuar atrapándome para que me acompañaras a cumplir con mis antojos. Sólo así, sintiendo tu felicidad, pude enriquecerme para irte a buscar, pese a no tener nunca la certeza, de que eso pudiera suceder. Hoy estoy preparado y por eso, nos hemos encontrado.

Lucía, hacía rato que lloraba con lágrimas de dicha. Ese era su Caballero, el Señor que colmaba todos sus sueños. La profecía se había cumplido. Tal y como ambos sintieron esa unión, un azabache caballo relinchó. Sin dudarlo Lucía sujetó la poderosa mano de su Caballero, tomando asiento sobre la grupa. El caballero así mismo, hizo lo propio y a un grito y un relincho, se les vio partir hacia su común objetivo.

En ese instante alguien respiró profundo. Por fin lo había conseguido. En el Ser de Lola ya no había más entresijos. Mientras el caballo trotaba portando a sus jinetes, alguien distinguió como una preciosa mujer caminaba lentamente hacia la cumbre del saber. Se sentía dichosa, rica y poderosa, ahora ellos estaban juntos. Miró hacia la cima, cada día estaba más cerca, ya no existían pánicos absurdos. Una noche, sin darse cuenta, se acercaron a ella, algunos antiguos enemigos. Al levantarse el Sol de la mañana, Lola, continuó caminando. Había días en que las fuerzas flaqueaban y otros en los que la divinidad no se ocultaba.
En la cima se encontraba alguien muy conocido.

- Mirad!!! – gritó – Lola lo está consiguiendo – ya llega. Démosle tiempo.

Los que allí la esperaban, sin juzgar su Alma, pudieron ser testigos de cómo Lola ahora sí caminaba y por cierto, lo hacía muy bien acompañada. Unos precios felinos eran ahora sus mejores amigos.

LA BRUIXA TRAPELLA QUE TROVA LA MÀGIA ON NO HI CREIA


Un bon dia, quan per la llunyania, s’hi posava el Sol, una nena petita, esgotava la dolça melodia d’una antiga cançó. Era tan poderós el seu càntic cap el Sol, que l’astre, sense dubtar-ho, va tocar-la amb un raig de colors. La nena, al sentir la carícia que l’astre li brindés, va esclatar de goig. Així, va decidir que cada dia hi cantaria quan es posés el Sol.
Una bruixa trapella, va fer de les seves, doncs, un bon dia va descobrir a la nena que al Sol dedicava tota la seva alegria. La bruixa que deia que feia meravelles, era tan esquerpa i dolenta que només tenia idees nefastes per amargar-li la vida a aquella nena. La molt bruixa sabia que a la nena li feia por la foscor, així que va aprofitar per calar-li por cada cop que s’amagués el Sol.
S’enfilava aquell dia la nena per una escarpada muntanya, quan de sobte, aparegué un mussol:

- Eiiiii, nena!!! Què fas caminant tota sola per aquest camí de lladregots...?
- Lladregots...? – preguntà la nena – collons quina por. On són aquests pirates...? – tornar a preguntar molt espantada.

El mussol feia veure que somreia i al mateix temps, assenyalava la foscor que s’intuïa.

- Mira els tens allà al davant – li assegurà -  corre, corre, que t’agafaran!!!

La nena, va apretar a córrer. No tenia cames per córrer tant. Sense saber cap a on anava, corria i corria sense ser capaç de cridar. Només volia que la seva mare, l’anés a buscar. En aquest instant ni se’n recordava que ella mai havia conegut a la mare.
Esgotada, sense saber cap a on mirar, va caure de genolls a terra, fent-se molt de mal. Mig adormida, no parava de tremolar. Recordava l’advertència del mussol sobre el perill dels lladregots. Llavors encara va tremolar més. I si l’agafaven i li feien mal...?
La vida en aquell lloc, l’estava fartant de debò. Quina por estava passant. I així dia rere dia, morta de por per si venien els lladregots.
El temps va anar passant i sense saber com, una preciosa camperola se la va trobar:

- Què fas per aquí tota sola...? – li preguntà.
- M’he perdut senyora. No sé on sóc ni com he arribat fins aquí, tot és culpa d’un mussol, que em cala el cor de por – li confessà.
- No t’amoïnis bufona, pots venir amb mi. Et donaré de menjar i et posaré a dormir en un llit molt especial.

La nena no sabia que fer. De sobte mil dubtes la van atrapar. I si la dóna fos dolenta....? I si el llit fos de mentida...? I si a casa de la camperola la utilitzessin per a quelcom inimaginable...? I si... Les dubtes l’atraparen de tal forma que quasi torna a caure.
Un gran brot de desconfiança s’apoderà del seu cor. La nena va mirar a la camperola als ulls i fent un gran esforç, va encertar a esbossar un mot:

- D’acord!
- Doncs anem – li digué tot agafant-la de la ma i fent petits saltironets com si amb ella volgués jugar.

La nena no estava acostumada a que ningú jugués amb ella. Li semblà una estupidesa els saltironets de la jove. Tot i que jove, era prou gran per a fer tonteries d’aquella mena. Encara i així la va imitar. En el fons també volia jugar.
Sense que ningú s’adonés, el mussol les va seguir, en realitat les estava espiant. La nena i la camperola continuaven el seu camí. Era tant llarg que semblava que mai anaven a arribar. Tant fou així que la nit va envair el camí. El mussol eixerit, es va col·locar molt a prop, sobre una branca adient, per a poder continuar tafanejant a voluntat. En el fons era un mussol espavilat. Però no obstant, era tant i tant tafaner que va aconseguir assabentar-se de tot.
En la seva tafaneria, va escoltar tots els sentiments que la nena petita tenia. I al mateix temps els que la camperola vivia. Li va fer tanta ràbia sentir que en el fons elles s’estimaven, que havia de tramar quelcom que provoqués desconfiança, l’una en l’altre.
Ho va tenir molt clar, els lladregots serien la solució. Amb la nena no tindria problema, però pot ser la camperola, no hi cauria en el joc. Llavors, essent tant avantatjat com era, va idear una altre forma de posar-hi por. Deixaria la seva disfressa de mussol.
Sense pensar-ho més es va convertir en el que era, una bruixa trapella. Tot i que la seva bellesa era evident, una terrible piga la delatava. S’enfadà molt per no poder amagar allò que evidenciava el seu tarannà.
Quan la camperola obrí la porta de casa seva a la peruca nena, aquesta no va poder evitar sentir un gran goig. De sobte la llum que entrava per les finestres d’aquella casa li recordà al Sol. Aquell astre al que sempre li cantava una preciosa cançó. Encara no sabia el motiu pel que havia deixat de fer-ho, així que agraïda i decidida, tant aviat com s’aixequés el dia, i tornaria a cantar pel Sol.
La camperola preparava menjar en una cuina molt especial, quan de sobte van picar a la porta.

- Endavant – digué amb les mans plenes de farina de blat.

La nena, de nou espantada, s’amagà tot sentint qui podia ser que vingués a aquelles hores de la nit. I si eren els lladregots...?
La porta va xisclar, obrint-se de pam a pam. La foscor de la nit va penetrar, però tot i així ningú va aparèixer sota el llindar.
Un xiscle es va escoltar. Era la nena, que no sabia qui era.

- Endavant – repetí la jove cuinera – no deixeu la porta oberta que fa fred.

Llavors una preciosa dóna es va deixar veure. La nena encuriosida, va sortir de l’amagatall. Des d’on estava podia distingir la seva elegància. Semblà una dóna plena de joies.
La cuinera continuava amassant al temps que donava la benvinguda a qui acabava d’arribar.

- Qui ets...? – li preguntà sense més.

La bruixa semblà que no tenia paraules. Estava al·lucinada amb la llum d’aquella casa. En lloc de contestar, tot s’ho mirava, desitjant conèixer la llar, pam a pam.

- Quina casa més bonica que tens...? Te l’has fet tu mateixa...?- Doncs si.
- Et felicito. Està molt be.

Per la bruixa, felicitar a aquella noia rústica, no li feia el pes, però tot i així havia de dissimular.
Passat molt de temps de la visita de la bruixa a ca la camperola, un bon dia, la nena va baixar a buscar perles al riu. La camperola li havia assegurat que en el rierol que rodejava la casa, hi trobaria prou per a fer-se un bonic collaret, que podria lluir quan arribés ell.
La nena no va entendre a qui es referia quan la jove va esmentar a ell, doncs ella només recordava llunyanament les carícies que el Sol, un bon dia li fes. De la cançó que en el seu dia cantés, ni tant sols recordava una petita estrofa.
S’ajupí a recollir amb la seva maneta una perleta. Era preciosa, anacarada i de formes exagerades.
De sobte, un mussol es va acostar a tafanejar.

- No t’esgotis en collir perles. Ell mai vindrà – digué amb molt mala llet.

La nena estava farta d’aquell mussol, doncs sempre que s’apropava a sentir l’amor, apareixia per tal d’esguerrar-li tot.

- Deixa’m en pau. Fora d’aquí. No et penso escoltar. La jove que en veritat m’estima, m’ho ha dit i jo la crec a ella. No a tu. Farsant, marxa, fora, ves-te’n – cridà molt empipada.
- Xorrades, aquella camperola només diu que bogeries, sempre somiant truites, quina vergonya, on anirem a parar amb tant de somiar l’impossible. Acabaràs malament si te la creus, escoltem a mi – li exigí.
- Calla!!! Calla, mala bestia – tornà a cridà tot i tapant-se les orelles per a no escoltar – ella m’estima – digué mig plorant. Tu no ets més que un mussol tossut, que ho vol saber tot però mai és emprenedor. Ets un covard. Tafaner. Fora, fora d’aquí ara mateix. Ni lladregots ni res, tot el que dius és fals. O és que encara no t’has adonat...?

La nena li llençava pedres al mussol, espantant-lo de debò.
Una vegada lliurada d’aquell enrenou, va tornar a mirar-se la perla. Era tant preciosa que sentí que en lloc d’un collaret de perles, es faria un penjoll, del que penjaria aquella única perla, la més bonica de totes, doncs de ben segur, aquella pedra era la mare de totes. Si ell en veritat l’estimava ho faria per moltes altres raons. La perla mare seria la clau de tot. Una senzilla musiqueta va calar al seu cor, semblava que una lletra estava a punt de brollar de les profunditats del més enllà.
El mussol, molt empipat es va allunyar, i allà en un racó humit es va canviar de vestit. Ara tornava a ser la bruixa trapella, aquella que en la màgia no hi creia. Murmurant improperis, va caminar fins la casa de la camperola. Estava disposada a deixar les coses clares. Picant a la porta i demanant pas, va entrar com si res hagués passat.

- Bon dia camperola!!! Avui que cuines...? – li demanà com si l’interessés.
- Avui tinc faves contades, doncs l’horta no dóna per més.
- Ahh, i això...? com pot ser...?
- Doncs per que el Sol no s’hi acosta i la collita no creix.
- Vols dir que la manca d’aliment es per culpa d’aquest beneit...?
- No per culpa seva no... es per que la nena encara i te dubtes. Quan les dubtes del seu cor s’esvaeixin de debò, el Sol vindrà a buscar-la i l’hort tornarà a ser el que va ser. Vols compartir amb nosaltres aquestes faves...?
- Uuuf tant de bo, però crec que no tinc gana... – va mentir per excusar-se al creure que les faves estaven encantades.
- N’estàs segura? La nena ha anat al rierol, està a punt d’arribar, parem la taula per les tres i fem un dinar de germanor. Segur que ens ho passarem be.

La bruixa dubtava, de tant en tant si tocava la piga. No entenia com la camperola, després de tants dies encara no s’havia adonat que ella no era de fiar.
Al instant s’obrí la porta. La nena molt crescudeta, va entrar donant saltirons com acostumava, estava molt contenta. Ara ja feia molt que jugava.

- Mireu, mireu que he trobat!!! – exclamà emocionada – és la perla més bonica que mai hagués imaginat.

La camperola ràpida, va mostrar un gran entusiasme per l’emoció de la nena. La bruixa volent imitar-la, va fer veure que també estava emocionada.

- Quin penjoll més bonic!!! Et senta molt be. Estàs molt maca – va dir amb la boca petita.
- Si, preciosa, estàs plena de tu mateixa. Se’t nota, doncs la perla sembla el resum de totes les perles que haguessis pogut trobar – li assegurà la camperola, molt riallera.
- Siii, he decidit que amb aquesta n’hi ha prou. Sabeu una cosa...?- No, digués petitona... – la va animar la bruixota.
- Un mussol tossut ha vingut a fer-me la punyeta.
- Un altre cop el mussol...? serà barrut!!! – digué la bruixa intentant dissimular.
- Si i sabeu una cosa més, he sigut forta i l’he fet fora, em volia esguerrar l’alegria que sento cada cop que el meu cor recorda les carícies del Sol. Ahhh!!! I una sorpresa, començo a sentir la musiqueta. Aviat recordaré la lletra.

- Digue’m... on és el mussol? que me’l carrego – cridà la bruixa fent veure que estava defenen a la nena.
- No t’amoïnis bonica, el mussol te els dies contats – digué la camperola -. És tossut perquè és molt insegur. No hi creu, perquè es pensa que sempre hi veu. No s’alegra, perquè està amargat de tant que pateix. No és feliç perquè no hi creu en res. El millor que pots fer es mostrar-li la teva innocència, així s’adonarà que només amb la puresa es pot sentir goig – li va explicar la camperola a la nena, mentre la bruixa trapella treia fum per les orelles.
- Què li passa senyora...? – li preguntà la nena a la dóna que remugava mossegant-se la llengua.
- No res, no res... Què m’hauria de passar...?

Semblà que la camperola començà a sospitar d’aquella dóna, tot i així, van dinar totes tres, les faves de la cassola. La bruixa restava en silenci, el seu cor s’accelerava cada cop que recordava la conversa.

- M’ha dit tossuda...!!! Tossuda jo...? – es digué per a si mateixa, estrenyent el front.
- T’agraden les faves...? - li preguntà la camperola a la bruixa – no estan encantades, no tinguis por...
- Doncs, si, si, clar que m’agraden, estan molt bones... – digué balbucejant i rabiant per que la camperola s’havia adonat de la seva por a la màgia que hi pogués posar al menjar.
- Com és que no te les menges...? – li va insistir.- Be, estic menjant... una mica de paciència – li demanà, enfadant-se encara més.
- És pot ser perquè son faves germinades del nostre hort...? Vull dir que han crescut gràcies a l’escalfor del Sol...?
- Gggggrrrrr, deixa’m em pau, deixa de fer-me preguntes – ploriquejà, com si fos una nena petita que volgués amagar quelcom.
- Què te senyora...? què te...? – li demanà la nena compungida, en veure tant enrabiada a la elegant dóna de la piga.
- Res no em passa res. Estic perfectament. És veritat no m’agraden les faves ni res que tingui a veure amb ell. Estic farta, farta de les seves mentides, farta de que mai em desitgés. No vull res d’ell. No entenc com el creieu. Doncs cada cop que somio, em trontolla aquella estúpida realitat. La única veritat, és que ell mai vindrà.
- Dius el mateix que el mussol...!!! – quedà perplexa la nena escoltant a la senyora de la piga vermella.
- Aquestes plomes que cauen del teu vestit, semblen de mussol. Com pot ser això...? – la va fer conscient la jove camperola.
La bruixa estava molt enfadada, l’havien descobert. Hagués cridat i maleit a les dues noies que la miraven amb un somriure a la cara. Seran estúpides!!! – pensà.
- No m’importa que siguis bruixa... – li confessà la nena, acaronant-li la cara, just on tenia la piga.
- No ens importa que t’hagis emmascarat de mussol per entrar a casa nostra i conèixer com som – li confessà la camperola, tot fent-li un petó.

Després de tot allò, a la bruixa li va donar un patatús. Entre la jove i la nena la van ficar sobre un llit de pètals. Li van desitjar dolços somnis i la van deixar dormir durant tot el temps que necessités.
Mentre la bruixa dormia la nena cada dia recordava una nova estrofa de la seva cançó. De tant en tant la camperola podia escoltar la lletra que envoltava tot el seu món:

Sol ves no t’amaguis més...
Sol, ves no em deixis sola...
Si us plau, quedat a la vora...
Doncs sense tu m’agafa fred...
Sol, ves no senti al mar que plora,
si tu amb mi no hi ets...
Sol envolta’m...
Sol, abraça’m...
Sol, acarona’m...
Sol, només amb tu la vida creix.
Guaita!!!
Mira que gran m’he fet...

Tot dient això la nena semblà una ballarina que donava voltes sobre si mateixa, aixecant una cama i després l’altre, tot fent complicades piruetes.
La camperola se la mirava, estava molt contenta, la nena ja no ploriquejava, ni tenia pors incontrolades. L’hort era cada dia més frondós, només calia que la bruixa-mussol, despertés amb veritables desitjos de conèixer el Sol.
Passava el temps. Els dies es feien eterns. La bruixa no despertava, així la camperola va tenir una idea molt bona.

- Vine, petitona, vine que farem una cosa.

La nena i la jove van posar-se a dormir acompanyant a la senyora. La intenció era molt clara si ficarien en els somnis de la bruixa i li mostrarien com es poden capgirar els sentiments erronis.

Algú es mirava sobre la superfície d’un llac. Era la bruixa trapella que volia deixar de ser esquerpa. Així poc a poc es va quedar nua i després de treure-s’ho tot, es va ficar a l’aigua fent un cabussó. Es sentia neta, es sentia lleugera, només tenia por de que no l’estimaren per allò que ja no era.
Llavors cabussó rere cabussó, va aparèixer la nena fent també de trapella. Al joc es va afegir la camperola. Totes tres van xisclar de goig, jugant a perseguir-se i a omplir d’alegria aquell instant de jocs.
Quan van sortir del llac, totes van constatar que entre elles es semblaven més de lo habitual.

- Oh!!! – s’escoltà – tu també tens una piga... – assenyalà la bruixa el braç de la nena.
- És veritat. No m’havia adonat.
- Mireu, jo també tinc una piga vermella, és la meva identitat – els hi digué la camperola.

La camperola s’assenyalava la piga que amagava darrera de l’orella.

- Jo em pensava que la piga era de bruixa i tota la vida he cregut que la piga era la culpable de la meva ignorància – xisclà la falsa bruixota.
- Això és el que passa quan rebutges el que ets, en lloc d’estimar-ho. Però sempre per poder-ho estimar, ho hauràs de conèixer. Que sàpigues que et vaig identificar per la piga. Però no et vaig jutjar. Aquest va ser el teu problema.
- Eeeiiii!!! Llavors som iguals!!! – va començar a cridar la nena, emocionada.
- Per cert, us heu adonat d’una cosa...? – preguntà a les seves germanes la bruixota.
- De què ens hem d’adonar...? – li van contestar totes dues a l’hora.
- Ni tant sols sabem com ens diem...
- És veritat. No ens hem presentat. Jo sóc la Cinteta – digué la nena.
- Jo sóc la Cinta – digué la camperola.
- Doncs jo sóc la Cintarela – digué la senyora abans mussol i bruixota.

Després d’aquella trobada en el món dels somnis i de conèixer-se entre elles, el Sol es va aixecar, alt i decidit a anar a acaronar-les a totes elles.
La Cinteta portava el seu penjoll de perla i la Cintarela no portava sabatetes. La Cinta, tota esplèndida, va començar a cantar-li al Sol, radiant la bellesa en cada mot.
Totes tres a l’hora cantaven sense temor. El Sol les acaronava mostrant-les el goig que guardaven com a tresor.
La Cintarela ja no dormia. La Cinteta no tenia por dels lladregots, tampoc tenia dubtes i ja recordava la seva cançó. Així la Cinta, més bonica que mai, va per primer cop guaitar tot el que amagava el seu Cor.

- Oh!!! És meravellós – digué la Cintarela.
- Ho és i ho hem aconseguit entre les tres. Gràcies de debò. A partir d’ara tot serà diferent. Podrem ser tot allò que sempre hem somiat ser.